Historia de la puntuación y la lectura
(parte 3 de 6)
Apuntes para una clase del Diploma de Tipografía en la Universidad Católica, 2002.

 

Volviendo a la puntuación en la antiguedad, Donatus describe en el s V un sistema de puntuación cuyos antecedentes se remontan a Alejandría (s III AC). Su sistema de distinctiones consistía en el uso de un punto situado en tres posibles alturas respecto al alto de la letra. Su uso era el de articulación lógica. El punto en posición baja (subdistinctio) se usa para separar una comma o frase de sentido incompleto. El punto a media altura (media distinctio) para separar un colon, o frase de sentido completo, pero de idea incompleta. Finalmente, el punto en posición alta (distinctio), separa un periodo, es decir, una idea completa.

Este método –siempre usado por el lector, no el copista– será utilizado en forma irregular en distintas épocas, ya sea en forma exclusiva o como parte de un repertorio más amplio de signos.

Al acto de puntuar un libro por parte de un lector se le llamaba distinctio (distinguir). Legi et distincxi codicem (he leído y puntuado el manuscrito), escribe Asterius en su copia de Virgilio.

En el s. IV, comenzado ya el declive del imperio romano, y en buena parte como respuesta a ello, ocurre un cambio importante en la historia de la puntuación: la técnica pasa de ser un comentario del lector, a formar parte estructural del mismo.

Este cambio surge como respuesta a dos fenómenos. En primer lugar, los romanos ven amenazada su cultura por la propagación del cristianismo y por la decadencia general de la educación clásica. El latín ya no se habla igual en todos los rincones del imperio. No puede confiarse entonces en la cultura del lector para interpretar las claves de un texto. Los lectores paganos cultos hacen un esfuerzo especial al puntuar sus copias, no se limitan a unas pocas marcas para guiar la lectura y el discurso, sino que se esfuerzan en dejar claro –sin ambiguedades lógicas ni retóricas– el sentido del mismo. Estas copias “marcadas” (codices distincti) comienzan a circular, cobrando un prestigio propio.

Paralelamente a esto, los cristianos toman una actitud similar, aunque por razones distintas. El ideal cristiano se aleja bastante del romano. La figura del orador y la retórica era opuesta a la lectura única que exigía la palabra revelada en la Biblia. La Escritura tiene un sentido muy preciso para el cristiano, el de verdad revelada por Dios, no una simple técnica a disposición del orador. La retórica es desprestigiada en los círculos cristianos, como un peligro de distorsión de la Escritura.

Jerónimo (340-420) [13] es consciente del peligro que significa la ambiguedad en el texto y no sólo introduce técnicas para minimizarla, sino que se preocupa de que dicha interpretación corresponda a la tradición de la iglesia. Inventa una estructura de diagramación-puntuación conocida como per comma et commata [16], en la cual cada idea completa (periodo o capitulum) –no solo cada párrafo– comienza en una línea nueva, con una inicial destacada. Esto sería equivalente hoy a que cada frase lo hiciera en un párrafo. Dentro de cada frase no hay puntuación, quedando en manos del lector la extracción del significado.

Este método será ampliamente adoptado, aunque estará lejos de ser universal. Reaparecerá en forma irregular hasta el s IX. Agustín [14], algo más joven que Jerónimo, será también firme defensor de la correcta interpretación de la escritura. Por influencia de estos autores, las copias del s IV presentan indicaciones de ciertas pausas, esta vez incluidas por el copista, seguramente a instancias del autor.

El papa Gregorio el Grande (fines s VI), en un intento de reorganización del imperio desde la iglesia, envía cartas pastorales con instrucciones en todas direcciones. Estas son cartas precisas, con énfasis en la claridad, reforzada por una puntuación de vanguardia, que incluye un tipo de coma que en posición alta implica pausas dentro de la oración y en posición baja significa fin de una sententia. Termina la era del orador y comienza la del libro como depositario de la palabra.

Surgen monasterios por todo Europa y los libros se refugian allí [15]. San Benito funda el primero en Monte Cassino el 525, Casiodorus funda uno en Vivarium, el 540. En su Institutiones, el plan de formación que Casiodorus traza para sus monjes, el entrenamiento de habilidades para la correcta copia y lectura de textos ocupa un lugar importante. Este aspecto será central a la formación de los monjes en muchos monasterios.

A pesar de ocupar un lugar central en la vida monacal, los libros no son el fin último de los monjes, sino un medio para perseguir los ideales superiores de la vida espiritual. De manera que no atribuyen importancia a la innovación tecnológica y se detiene el impulso renovador de Jerónimo, Agustín y Gregorio. Los nuevos manuscritos del s VI practicamente se limitan a marcar el periodo, vale decir, el fin de una idea, sin puntuación intermedia.

La lectura y su meditación en el monasterio son una actividad sonora, lenta, “rumiante”. Las salas de lectura son un murmullo permanente, donde el monje lee y relee en voz alta los pasajes del libro, memorizando y al mismo tiempo interpretando su significado. Este muchas veces se hará evidente más tarde, antes de dormir, al repetir en el recogimiento de la celda las frases memorizadas. En esa atmósfera, la puntuación tenía poco que aportar, su ausencia era más bien un estímulo a la concentración y la interpretación de un pasaje. La innovación se detendrá hasta el s VII y VIII. Cuando reaparezca, lo hará lejos de Roma, en la frontera del imperio.


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13- San Jerónimo, por Pieter Coecke van Aelst, s. XVI.
14- San Agustín por Antonello da Messina, c. 1472.
15- Mont Saint-Michele, fundado en el s. VIII.
16- Per comma et commata.