Camioneros comen liebres en la Patagonia

Noreste Num 3, julio 1986. Reproducido en Noreste Num 28, diciembre 1990

 

Hay algo muy vivo en echarse a rodar por la carretera y eso fue lo que hice ese otoño. La ciudad no me permitía el heroismo que quería, los mapas estaban pintados y ya no quedaban tierras por descubrir, ese era mi íntimo dolor, la tragedia de mi tiempo, que decidí arrastrar por los caminos. Los pequeños triunfos de la sociedad: notas, títulos, aparecer en el diario, eran poca cosa y en el fondo sabíamos que todo era mentira. De modo que me eché a rodar por los caminos, sin saber bien por qué, tal vez por el simple vértigo del movimiento, por ahogar en el asfalto mi nostalgia de mares incógnitos, mi nacimiento fuera de época, mi brújula inútil. Y fué en ese viaje por las desiertas tierras de la Patagonia, donde conocí al sorprendente Alonso. Uno nunca sabe de dónde salta la liebre, y justo ahora que yo no creía más en los sabios ni en las sorpresas, cuando mi viaje perseguía justamente huir de ellos, el tipo saltaba ante mí.

Comerse un conejo, así le llaman los camioneros de la Patagonia a cazar un conejo en la ruta, durante la noche. Cuando uno de estos choferes caza uno, deja encendidas las luces del camión y prepara la parrilla, los camioneros que pasan por el lugar se van deteniendo uno a uno y sacando sus máquinas del camino, las van disponiendo en círculo, las luces encendidas, al medio se comen el conejo. Conversan, descansan y vuelven a tomar el camino que llevaban.

Comiéndome un conejo conocí a Alonso Sánchez y seguí viaje con él. No me obligaba a hablar, lo que es siempre muy bienvenido cuando se viaja a dedo, más aún, él lo hablaba todo. Escucharlo hablar, créanme que eso era otra cosa, me contaba lo que siempre quise escuchar de uno de ellos, con un ánimo que invocaba estrellas, hablaba, hablaba y yo hubiese querido que la carretera se extendiera para siempre, eterna y con la Cruz del Sur sobre la cabina. Cada cierto rato guardaba silencio y apagaba las luces, el camino era una cinta fluorescente, sutil pero inequívoca sobre la mesa invisible de la pampa y ninguna estrella permanecía apagada. De pronto ví pasar un satélite, una luz roja que atravesaba la noche. Le dije que quería ser astronauta, que ya era tiempo de que los camiones recorrieran el espacio. Entonces Alonso tomó un trago de aguardiente y hundió el acelerador a fondo.

   
     
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1- Patagonia argentina, 1983.
2- Cruz del Sur © Marco Lorenzi, 2003.
3- Proyección de la Cruz del sur. Amereida 1965.
4- Patagonia argentina, 1983 .