Cambio y fuera

Prólogo al libro de Santiago Elordi (Hachette, 1992), recopilación de artículos publicados en Noreste, entre 1985 y 1990.

 

Hablar sobre un escritor es hablar de sus obsesiones.

No importa si Elordi está recorriendo la Panamericana en moto, vendiendo locos en veda, o redactando slogans de shampoo para una agencia publicitaria. A donde quiera que vaya lo persiguen unos cantos de otra parte. Aún cuando ría estrepitosamente no deja de escucharlos. Le preguntan cosas de este tipo: ¿Puede un monje tomarse un trago con el diablo? ¿Quién descubrió América? ¿Valió la pena descubrirla? ¿Existe un país llamado Chile?

Estas preguntas son esencialmente poéticas, responderlas o intentar responderlas es decidirse a vivir incómodamente en la poesía. Es comprometerse a no parar de pensar, ni aún en medio de un banquete. Elordi ha decidido vivir de esa manera.
¿Pero qué importa cómo viva un escritor? Nada, en lo que respecta a sus escritos. Pero para quienes creen que los libros no tienen una existencia separada del mundo, que la literatura y la vida no son buques arrastrados por diferentes corrientes, esta pregunta es fundamental. Para Elordi la decisión de escribir acarrea la decisión ética de cómo vivir. El balancearse entre la acción y la simple redacción es un problema de solución compleja y una pregunta ineludible.

No es un pregunta que se haga frecuentemente en estas tierras. Algo en el paisaje, en la distancia o simplemente en el hecho de que aquí aún hay tiempo para todo, ha hecho del poeta un ser eminentemente contemplativo. Tanto, que en la visión popular un poeta es el que puede pasarse la tarde mirando estúpidamente un objeto, una rosa, por ejemplo. El poeta sería un tipo sensible, capaz de ver la belleza donde el común no vé nada. Como si la poesía fuese un asunto visual y el poeta una especie de tuerto en el país de los ciegos.
Frente a esas premisas, la pregunta de cómo debe vivir un escritor es un completo sinsentido. Pero no es la única manera equivocada de ver a un poeta. Existen países cuyos ciudadanos corren de sol a sol, presos del remolino de la producción y del consumo, en estos lugares se dice que el tiempo es oro. En estos otros lugares, la visión popular pinta al poeta como un hombre de acción, pero de acciones inútiles. La gran empresa inútil sería el gran poema.

Pero un poeta no tiene porqué ser una de estas dos cosas. La respuesta tampoco es el llamado "justo medio".

Elordi no toma ninguno de los dos caminos, ni tiene porqué. Cree que la poesía es una manera de recorrer el mundo, amando y sufriendo, pero nombrando las cosas al pasar, como hacen los aborígenes en esos largos viajes en que cantan y vuelven a fundar cada piedra y cada árbol en la inmensidad australiana. En otras palabras, Elordi no opta ni por uno ni por otro, se queda con todo. ¡Pero ojo!, tampoco es el todo conciliador, escéptico y postmodernista de hoy. Es el todo, pero una cosa y luego la contraria y luego la otra. Es el todo de los hombres que aman la vida y no se avergüenzan de ello. Elordi no pretende limar asperezas. No tiene nada que ver con ese "horror a la contradicción" que conduce a eliminar el carácter de las cosas, para que todo quepa sin roces en el mismo saco. Nada de eso. Sabemos que en la vida no hay contradicción, que esta ocurre solamente en las palabras. Elordi quiere ser capaz de tomarse un trago con el diablo y volver silbando a la casa. En la vida no hay contradicción, esta es la creencia del hombre libre. Elordi se sumerge en esta libertad, sin la cual toda la historia de la poesía sería solo el canto de un prisionero en una torre.

***

Esta era nuestra manera de ver las cosas mientras publicamos juntos el diario Noreste. Acaso éramos viajeros delirantes, extranjeros perdidos entre los parronales. Pero uno tiene la sangre que tiene, que no siempre es la de nuestros padres, sino la de ocultos progenitores. Y por eso vagamos oliendo el aire en busca de nuestros hermanos. Por eso cuando creemos encontrarlos cruzamos rápidamente unas contraseñas, y cuando la llave encaja en la cerradura surge un pacto, por ejemplo publicar un diario.

Noreste fue un avión de propaganda. Recorríamos el cielo con viento calmo.Llevábamos el avión cargado de visiones. Arrojábamos hipótesis sobre los potreros. Antes de desaparecer, alcanzamos a decir varias cosas. Que el padre de la patria todavía no ha nacido, porque en estas tierras hermosas, ni hay patria, ni hay nada. Que Chile sólo cuenta con su soledad, que si en lugar de cerrar los ojos temiendo ver el paisaje del fin del mundo, nos atreviéramos a abrirlos, nos daríamos cuenta que Chile es el balcón del paraíso. Que el riesgo y el peligro no son actos deportivos, sino inevitables para un hombre de pie sobre la tierra, porque quienes creen que el mundo es un gran campo cultivado, no han escuchado a la muerte chirriar los dientes detrás de la puerta.
En fin, desde ese avión arrojamos suficientes semillas sobre los surcos como para inaugurar veinte ciudades, seis historias, tres dinastías... y hablo de Noreste en este prólogo, porque estos relatos y notas que siguen a continuación, fueron en su momento las noticias de último minuto de un diario escrito en el cielo, bajo esa luz hay que leerlo, porque bajo esa luz fueron escritos.

Los relatos de este libro están atravesados por un hilo común: los personajes pierden sus apuestas. Sin embargo, sabemos que sólo quienes arriesgan su pellejo, aunque lo pierdan, se sientan con los dioses. Cuando el piloto vence la tormenta y divisa la pista que lo espera iluminada, debe hacer lo que hicimos con Noreste, cambiar rumbo, apagar el motor y desaparecer silenciosamente en la noche. Nada bueno puede esperarse del éxito.

   
     
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1- Patagonia argentina, 1983.
2- Santiago Elordi.